Fiesta de Sant Joan en Barcelona. Foto de Nathalia Paolini en flickr |
Para la mayoría de mi generación, esa noche, la del solsticio de verano y, por tanto, la más corta del año, era la oportunidad extraordinaria para conseguir que tus padres te dejaran volver a casa de día.
La primera noche autorizada fuera de casa, lo cual, sobre todo para las chicas, la convertía en uno de los mayores acontecimientos de la adolescencia o juventud, según la liberalidad familiar.
Las expectativas que creaba, unida al buen tiempo, el fuego, la tradición del baño en el mar de madrugada y las connotaciones eróticas que comportaba, la convertían en la noche por excelencia.
Hoy, todo ello ha quedado difuminado por la fiesta perenne en la que pretendemos vivir. Los acontecimientos extraordinarios han de serlos, por definición, nunca podrá ser extraordinario lo que forma parte de casi todos los días.
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